En
la primera escena que elegí para inaugurar este blog, un hombre acababa de ser
tocado por el lado más maravilloso del amor y la lluvia que le caía, lejos de
molestarle, le embriagaba de felicidad.
La
escena que hoy quiero mostrar da comienzo con la aparición en la misma de otro
hombre bajo una tormenta de agua y también enamorado.
Pero
aquí el amor duele.
La
escena pertenece a Los Puentes de Madison de Clint Eastwood y es ésta:
Toda
ella es un prodigio de rodaje porque, entre otras cosas, la cámara está en todo
momento situada donde tiene que estarlo, siempre mostrándonos el punto de vista
de Francesca (Meryl Streep), siendo la única forma de poder hacernos sentir a
nosotros como espectadores toda la angustia que sufre en su interior el
personaje.
Pero
dentro de toda la escena, mi parte favorita consiste en ese plano justo cuando el
coche de Clint Eastwood acaba de girar a la izquierda y el marido de Francesca sube
la ventanilla del coche y ella lo pierde de vista para siempre (minuto 3:52
aprox).
Es
un momento desolador. Es ese momento en el que ella se da cuenta que su
decisión es irrevocable y ya no tiene marcha atrás. Además, el simbolismo de
que quien suba la ventanilla sea el marido (como cabeza visible de ese núcleo
familiar al que ella siente que se debe y no puede abandonar) hace que sea un
momento más sutil que por ejemplo el anterior donde el coche de Eastwood, todavía
esperando en el semáforo, activa ese intermitente que comienza a “latir” como
si fuera su corazón enamorado. Una metáfora visual más poética, pero que en comparación
con la posterior, la veo más “pastelosa”.
El
cierre de esa ventanilla insonorizando el coche del sonido exterior simboliza
mejor que nada el vacío absoluto que sólo se siente cuando sabes que nunca más
vas a poder volver a ver a la persona que has amado con tanta fuerza. Francesca
lo sabe y es un momento doloroso y cruel. Dos personas que se aman se separan para
siempre. Pensad si la escena os hubiera causado el mismo efecto si en algún
momento de la misma la cámara hubiera estado situada en el coche de Clint
Eastwood. Estoy seguro que no.
No
deja de ser curioso cómo una película que retrata el amor en la madurez pudo
hacerme sentir y preguntarme después de verla con veintipocos años, qué
decisión hubiera tomado yo si hubiera sido Meryl Streep. O conseguir hacerme
sentir la impotencia del personaje de Clint quien aun sabiendo que la otra
persona le corresponde en su amor, no puede hacer nada por convencerla para que
vivan el resto de sus días juntos y felices. El poder identificarte así con dos
personas que poco tenían que ver conmigo en ese momento me demostró que Los Puentes de Madison no era para nada
una película ñoña, como me decía mucha
gente que la había visto, y pasé a considerarla de inmediato una obra maestra
absoluta.