martes, 29 de enero de 2013

El amor tiene dos caras


 
En la primera escena que elegí para inaugurar este blog, un hombre acababa de ser tocado por el lado más maravilloso del amor y la lluvia que le caía, lejos de molestarle, le embriagaba de felicidad.

La escena que hoy quiero mostrar da comienzo con la aparición en la misma de otro hombre bajo una tormenta de agua y también enamorado.

Pero aquí el amor duele.

La escena pertenece a Los Puentes de Madison de Clint Eastwood y es ésta:


Toda ella es un prodigio de rodaje porque, entre otras cosas, la cámara está en todo momento situada donde tiene que estarlo, siempre mostrándonos el punto de vista de Francesca (Meryl Streep), siendo la única forma de poder hacernos sentir a nosotros como espectadores toda la angustia que sufre en su interior el personaje.

Pero dentro de toda la escena, mi parte favorita consiste en ese plano justo cuando el coche de Clint Eastwood acaba de girar a la izquierda y el marido de Francesca sube la ventanilla del coche y ella lo pierde de vista para siempre (minuto 3:52 aprox).

Es un momento desolador. Es ese momento en el que ella se da cuenta que su decisión es irrevocable y ya no tiene marcha atrás. Además, el simbolismo de que quien suba la ventanilla sea el marido (como cabeza visible de ese núcleo familiar al que ella siente que se debe y no puede abandonar) hace que sea un momento más sutil que por ejemplo el anterior donde el coche de Eastwood, todavía esperando en el semáforo, activa ese intermitente que comienza a “latir” como si fuera su corazón enamorado. Una metáfora visual más poética, pero que en comparación con la posterior, la veo más “pastelosa”.

El cierre de esa ventanilla insonorizando el coche del sonido exterior simboliza mejor que nada el vacío absoluto que sólo se siente cuando sabes que nunca más vas a poder volver a ver a la persona que has amado con tanta fuerza. Francesca lo sabe y es un momento doloroso y cruel. Dos personas que se aman se separan para siempre. Pensad si la escena os hubiera causado el mismo efecto si en algún momento de la misma la cámara hubiera estado situada en el coche de Clint Eastwood. Estoy seguro que no.  

No deja de ser curioso cómo una película que retrata el amor en la madurez pudo hacerme sentir y preguntarme después de verla con veintipocos años, qué decisión hubiera tomado yo si hubiera sido Meryl Streep. O conseguir hacerme sentir la impotencia del personaje de Clint quien aun sabiendo que la otra persona le corresponde en su amor, no puede hacer nada por convencerla para que vivan el resto de sus días juntos y felices. El poder identificarte así con dos personas que poco tenían que ver conmigo en ese momento me demostró que Los Puentes de Madison no era para nada una película ñoña, como me decía mucha gente que la había visto, y pasé a considerarla de inmediato una obra maestra absoluta.
 
 
Hace poco pude ver Breve Encuentro de David Lean y es evidente que la historia de Los Puentes de Madison bebe muchísimo de esa película clásica. En ambas, las sensaciones que se te quedan después de que aparezca el The End en la pantalla son de amargura, rabia y de convencimiento que el amor puede llegar a ser maravilloso, pero también puede convertirse en algo terriblemente doloroso.