lunes, 22 de abril de 2013

Miradas que hablan

Tras Irlanda, Italia.
Tras ver de nuevo Vacaciones en Roma, me he vuelto a dar cuenta de un par de cosas. Una de ellas, que he visto demasiado poco cine de William Wyler y he sentido la necesidad de conocer más a fondo su obra. Hace poco vi La Calumnia¸ y dije exactamente lo mismo. Por tanto, ya tengo deberes. Por lo menos espero que caigan a corto plazo Los mejores años de nuestra vida y El coleccionista, las que según los críticos constituyen sus dos obras maestras.
Lo segundo que me he dado cuenta es que parece mentira que esta película constituyese el primer papel importante de Audrey Hepburn  en Hollywood y que haga una actuación tan memorable. Por supuesto, le valió el Oscar. Y es por eso, por lo que quiero poner hoy la última escena que aparece en la película. En concreto, quiero detenerme en todo lo que empieza a partir del minuto 1:05 del siguiente enlace:
 
Cuando la mirada de Audrey Hepburn barre la sala y se encuentra con la de Gregory Peck sucede uno de esos extraños milagros que solo pueden verse en el cine. Ningún otra arte es capaz de poder transmitirnos unos sentimientos tan profundos con sólo una mirada.
Creo que ese primer plano de Audrey vale por sí solo un Oscar. En esa mirada se mezcla la alegría y la tristeza de una forma tan abrumadora que se me hace imposible describir en palabras algo que tal vez no tenga nombre. Tan solo invito a volverla a ver una y otra vez.
Y el contrapunto es Gregory Peck. En el contraplano justo cuando ella abandona el salón, tragando saliva. Justo haciendo lo que el espectador hace. Intentar quitarse ese nudo en la garganta. Maravilloso Gregory Peck.
Maravilloso su amigo, el fotógrafo, uno de los mejores personajes secundarios que recuerdo en un film. Su mirada antes de irse, entendiendo que lo mejor que puede hacer en ese momento es apartarse.
Y maravilloso ese último travelling hacia atrás siguiendo el lento paseo de Gregory Peck, recorriendo el largo pasillo y desapareciendo del cuadro de cámara justo después de detenerse por última vez. Mirando. Hablando de nuevo con la mirada.  
Todo lo descrito ocurre sólo con palabras que salen a través de los ojos.
A veces, no necesitamos más.

lunes, 15 de abril de 2013

Vacaciones en Irlanda



He empezado a categorizar cierto tipo de films como películas vacacionales. Considero que son películas que te transportan durante un par de horas a un lugar de ensueño, que sabes que no existe, pero que no sabes muy bien por qué, te reconforta cuando las ves y durante dos horas parece que te olvidas de todo y descansas en ese lugar como si de unas vacaciones (cortas eso sí) se tratase. Dentro de este género que acabo de inventarme, incluiría películas como Amarcord, Las vacaciones del Sr. Hulot y el Hombre Tranquilo, que es la película de la que quiero hablar hoy.
En el Hombre Tranquilo, segunda película de John Ford de la que hablo en este blog, viajamos a Innisfree, un ficticio pueblo de la Irlanda profunda. Ese pueblo, como diría Garci, es capaz de salvarte la vida en cualquier momento. Durante las más de dos horas que dura la película, contemplo los paisajes más bonitos que he visto en Technicolor (imprescindible ver esta película en Bluray), los personajes más raros e irreales que pudiera  imaginar, y las situaciones más estrambóticas y a menudo incoherentes desde mi perspectiva de espectador actual.

La película está llena de imágenes y escenas geniales, alguna de ellas incluso usadas por Spielberg en ET, pero quiero utilizar esta escena que abre la película por varios motivos que a continuación del enlace, expongo:


-          Primero, porque cuando la he vuelto a ver he sentido más que nunca esa sensación con la que abría el post: la de en un instante, transportarme a un lugar mágico, irreal; bajarme con John Wayne de ese tren y sentirme alegremente extraño en un lugar nuevo, desconocido, sabiendo que puedo empezar de cero borrando por un instante mi pasado, lo bueno y lo malo. En definitiva, jugar a ser una nueva persona.

-           Segundo, desde el punto de vista formal, no hay mejor forma de presentar a un personaje y el tono de una película. Si no conoces la película, te invito a que intentes adivinar cuál es el género en el que se va a mover la película (¿comedia o drama?) y cómo crees que es el personaje de John Wayne tras verlo. Sí, seguro que aciertas. Observa en todo momento la actuación de Wayne, por favor.

-          Tercero. Estoy seguro que esta escena se pone en las escuelas de cine cuando se habla de la planificación del ritmo en el cine clásico. Fijaos por ejemplo en cómo maneja el tiempo John Ford, desde ese plano en que vemos a los maquinistas extrañados ante la llegada del extranjero y se apean (aproximadamente en el segundo 56), hasta el momento en que llegan a él después de travesar casi todo el tren y la previa mirada de Wayne avecinando que llegan aún cuando el espectador todavía no puede verlos en plano (1:29). Parece una tontería, pero esa planificación requiere de trabajo y sobre todo hace que sientas que la película esté viva.

-          Cuarto. El fotograma del minuto 2:57. No entiendo de pintura, pero ese carro con ese caballo tras el marco de esa ventana de la estación me parece espectacularmente bello.

-          Y por supuesto, el toque de Ford: la llegada poco a poco durante toda la escena de múltiples personajes en torno al protagonista de la historia y cómo gira la escena en torno a él. Mención especial a la llegada al final del personaje de Barry Fitzgerald, apareciendo en el plano, y cogiendo las maletas de Wayne para iniciar este viaje maravilloso a una tierra mágica.
 
Y así podría seguir…No sé, creo que si fuera irlandés, ésta sería sin duda mi película favorita. Es un canto de amor a un país, a unas costumbres (desfasadas por supuesto si las miramos desde la perspectiva actual, pero la película es de mediados del siglo pasado) y sobre todo a una gente, a un modo de entender la vida.
Sé que lo que se cuenta en este film, no suele interesar al espectador actual, porque sus temas son demasiado alejados a la realidad que nos toca. Pero no sé por qué esta película me ha dado una paz especial, como la primera vez que la vi, y a la vez una ligera tristeza al terminar de verla.

¿Depresión postvacacional, tal vez? Sí, quizá sea eso. Buenas noches.

martes, 29 de enero de 2013

El amor tiene dos caras


 
En la primera escena que elegí para inaugurar este blog, un hombre acababa de ser tocado por el lado más maravilloso del amor y la lluvia que le caía, lejos de molestarle, le embriagaba de felicidad.

La escena que hoy quiero mostrar da comienzo con la aparición en la misma de otro hombre bajo una tormenta de agua y también enamorado.

Pero aquí el amor duele.

La escena pertenece a Los Puentes de Madison de Clint Eastwood y es ésta:


Toda ella es un prodigio de rodaje porque, entre otras cosas, la cámara está en todo momento situada donde tiene que estarlo, siempre mostrándonos el punto de vista de Francesca (Meryl Streep), siendo la única forma de poder hacernos sentir a nosotros como espectadores toda la angustia que sufre en su interior el personaje.

Pero dentro de toda la escena, mi parte favorita consiste en ese plano justo cuando el coche de Clint Eastwood acaba de girar a la izquierda y el marido de Francesca sube la ventanilla del coche y ella lo pierde de vista para siempre (minuto 3:52 aprox).

Es un momento desolador. Es ese momento en el que ella se da cuenta que su decisión es irrevocable y ya no tiene marcha atrás. Además, el simbolismo de que quien suba la ventanilla sea el marido (como cabeza visible de ese núcleo familiar al que ella siente que se debe y no puede abandonar) hace que sea un momento más sutil que por ejemplo el anterior donde el coche de Eastwood, todavía esperando en el semáforo, activa ese intermitente que comienza a “latir” como si fuera su corazón enamorado. Una metáfora visual más poética, pero que en comparación con la posterior, la veo más “pastelosa”.

El cierre de esa ventanilla insonorizando el coche del sonido exterior simboliza mejor que nada el vacío absoluto que sólo se siente cuando sabes que nunca más vas a poder volver a ver a la persona que has amado con tanta fuerza. Francesca lo sabe y es un momento doloroso y cruel. Dos personas que se aman se separan para siempre. Pensad si la escena os hubiera causado el mismo efecto si en algún momento de la misma la cámara hubiera estado situada en el coche de Clint Eastwood. Estoy seguro que no.  

No deja de ser curioso cómo una película que retrata el amor en la madurez pudo hacerme sentir y preguntarme después de verla con veintipocos años, qué decisión hubiera tomado yo si hubiera sido Meryl Streep. O conseguir hacerme sentir la impotencia del personaje de Clint quien aun sabiendo que la otra persona le corresponde en su amor, no puede hacer nada por convencerla para que vivan el resto de sus días juntos y felices. El poder identificarte así con dos personas que poco tenían que ver conmigo en ese momento me demostró que Los Puentes de Madison no era para nada una película ñoña, como me decía mucha gente que la había visto, y pasé a considerarla de inmediato una obra maestra absoluta.
 
 
Hace poco pude ver Breve Encuentro de David Lean y es evidente que la historia de Los Puentes de Madison bebe muchísimo de esa película clásica. En ambas, las sensaciones que se te quedan después de que aparezca el The End en la pantalla son de amargura, rabia y de convencimiento que el amor puede llegar a ser maravilloso, pero también puede convertirse en algo terriblemente doloroso.

martes, 12 de mayo de 2009

Me acuerdo



Soy un nostálgico, qué se le va a hacer. Y es una pena, porque este pequeño defecto creo que me ha reportado más disgustos que alegrías en mi vida. Las pocas alegrías me las proporciona ver películas como Amarcord de Federico Fellini, porque sólo entonces comprendo que la nostalgia es un sentimiento humano y que somos muchos quienes lo padecemos en silencio.

Amarcord me fascinó desde el primer momento que la vi, porque sin llegar a contar ninguna historia, sin llegar a tener ningún protagonista definido durante todo el metraje, es una sucesión de escenas e imágenes casi oníricas que te hacen sentir como si estuvieras repasando todos aquellos buenos momentos del pasado, y otros no tan buenos, que tu memoria se ha encargado de engrandecer lo suficiente como para echarlos de menos y convencerte de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Amarcord es pura nostalgia, a veces triste y la mayoría de la veces alegre, muy alegre. Y lo grande de la película es cómo los recuerdos de una persona totalmente ajena a ti, a la que ni siquiera conoces, pueden provocarte tal fascinación y dejarte con la boca abierta, deseando haber sido tú el que hubieras vivido en ese pueblo loco rodeado de un padre anarquista que sólo parece echar de menos a su mujer el día de su muerte, de una estanquera tetona, de un violinista ciego, de un trovador pedante, de una puta más salida que tus propios amigos, de una Greta Garbo local que sueña con la llegada de un Gary Cooper con el que poder casarse…

Podría pasarme minutos hablando de la belleza de muchas de las escenas que aparecen en el film y no sabría con cuál quedarme. Pero he elegido la del barco. La llegada del Rex.

Todo el pueblo, desde primeras horas del amanecer, se lanza a alta mar en sus barcas con la esperanza de ver pasar a ese transantlántico rumbo a América que es capaz de, como en Bienvenido Mr Marshall, paralizar la vida rutinaria de un pequeño pueblo y convertir ese día en un hito que todos los habitantes recordarán el resto de sus vidas. Ese final deslumbrante con la aparición del inmenso barco tras la niebla con las notas de la música de Nino Rota engrandeciendo más la escena si cabe y mientras el ciego grita “¿Cómo es? ¿Cómo es?”....

http://www.youtube.com/watch?v=Zlq0l7kuxtQ

Por favor, echadle un vistazo a este film si todavía no lo habéis hecho. Yo aún Me Acuerdo de cuando lo hice por primera vez, y nunca lo olvidaré.

PD: Por cierto, gracias Ilsa por tu visita y por tu comentario. La verdad es que leer tu Blog me animó a retomar el mío, aunque sea muy de vez en cuando. Eso sí, lo de que esté a la altura del tuyo… eso sí que ya es otra película, que aún no he visto ;-)

miércoles, 4 de marzo de 2009

La belleza de la muerte



Dudo que alguien entre mucho por este blog, pero desde luego la escena que voy a poner hoy no ayuda mucho a fidelizar seguidores, je je. Pero bueno, como este blog es personal, pues eso, que si aguantas la escena completa eres un campeón. Que no, pues por lo menos te pediría que si entras por primera vez, le des oportunidad a otras entradas que he ido posteando.

La escena corresponde a Muerte en Venecia de Visconti, película en sí más lenta que un rally de mejillones. Pero es que a mí me gustan las pelis lentas, qué se le va a hacer.

La película narra la obsesión de un aristócrata por un joven al que encuentra casualmente en la ciudad de los canales. Una primera lectura tosca de la película podría llevarnos a decir que trata acerca de un homosexual que se enamora de un menor (uhm, qué políticamente incorrecto, ¿verdad?). Pero es que no va de eso. La peli creo que hay que verla como la historia de una persona que ha pasado su vida obsesionado con la búsqueda de la belleza, ya sea en la música, en el arte en general, en la personas, y que descubre por fin en plena epidemia de cólera azotando Venecia – la causa de su muerte- lo que ha estado buscando toda su vida. Lo de menos es que lo encuentre representado en un chico, una chica o un marciano. El caso es que esta película personifica más que ninguna otra el amor platónico: la búsqueda de esa belleza más espiritual que física, más producto de nuestra imaginación que de la realidad en sí.

Pero como veo que se me empieza a ir la pinza con temas demasiado filosóficos, dejo la escena para el que tenga paciencia de aguantarla. Eso sí, si lo haces, hazlo poniéndote en el contexto que te he explicado, porque solo así podrás dejarte transportar por la maravillosa música de Mahler que acompaña la escena; por la imagen del protagonista agonizando, mientras el tinte de su pelo se escurre por una cara ridículamente maquillada de blanco, a la vez que observa por última vez esa belleza representada en el joven Tadzio entrando en el agua del mar, con un sol radiante de fondo. Y fíjate en ese plano general de la playa con el que acaba la película, que a mí personalmente me impresionó cuando lo vi.

En esta era que nos está tocando vivir, más propia de la fugacidad, de la impaciencia, donde se premia más el contar una historia en cuantos menos segundos mejor; resulta a veces bueno relajarse y pararse a contemplar con calma la belleza de lo que nos rodea, aunque para ello perdamos 4 minutos como los que dura la escena de hoy. Si he conseguido convencerte y lo has hecho, me doy la enhorabuena por ello. Y si encima te ha gustado, ya ni te cuento.

martes, 3 de marzo de 2009

Al otro lado del espejo


Creo que ya toca una escena para reírnos un rato. Al fin y al cabo, ése el mejor estado del ser humano, aparte del de borracho (lástima de efectos secundarios). Y la escena que he elegido para ello corresponde a Sopa de Ganso, de los Hermanos Marx.

Tampoco la voy a comentar mucho, porque el único propósito es descubrírsela al marciano que aún no la haya visto, y hacérsela recordar al que ya la haya disfrutado en su día. Sea cual sea tu caso, te garantizo que acabas con una sonrisa en la boca.

Por poner en antecedentes la escena, Groucho es Groucho y su doble en la escena es Harpo, el mudo, que se está haciendo pasar por él en ese momento de la película. Para mí, los tres eran unos putos genios, pero este último, el mayor crack cómico de todos los tiempos. Creo que leí por ahí que también era el favorito de Dalí, por aquello de que veía en él representado el surrealismo en el mundo del humor. Y es que dentro de la escena hay un momento (exactamente el minuto 1:40 del video que he colgado) en el cual existe ese toque surrealista de lo genialmente absurdo que a mí particularmente me encanta: el momento del giro completo de uno frente al imaginario espejo, y el otro quedándose totalmente quieto ante la imposibilidad de que le descubra por el hecho de haberse dado la vuelta, acabando en la misma postura, hace que me descojone vivo cada vez que vuelvo a ver la escena.






Fijaos también que la escena es tan buena, que los tíos hacen lo que quieren con ella: que quieren demostrarte lo buenos que son como mimos, lo hacen (el comienzo de la escena hace dudar realmente de si usan un espejo de verdad), que quieren sorprender y engañar al típico listillo que se adelanta a lo que va a pasar, pues también lo hacen (maravillosa de nuevo la parte final donde Harpo lleva un sombrero de copa negro que crees va a ser el motivo de que el otro se dé cuenta y de repente saca de la otra mano el mismo sombrero blanco que el Groucho de verdad). No sé, geniales, los mires por donde los mires. Y eso que en la escena faltaba el otro, Chico (lástima que los que no sabemos inglés nos perdamos gran parte de su humor, pues su papel dentro del grupo se basaba en los juegos de palabras, imposibles de traducir a nuestro idioma en el proceso de doblaje).

Evidentemente hay escenas más famosas en sus películas, como las del camarote, la del puesto de perritos (en esta misma película), la de "más madera"... pero a mí, ésta me parece la mejor. Hace poco, la catalogué como la mejor escena de la historia del cine. Pfff, no sé, pero ahora después de volver a verla, me reafirmo en ello. Porque al fin y al cabo, ¿qué mejor cosa hay en esta vida que reírnos un rato?

lunes, 2 de marzo de 2009

The Searchers

Cuando Ethan marchó a luchar como un soldado más del ejército Confederado abandonó mucho más que su hogar. Abandonó a Martha. Aquella persona por la que suspiraba todas las noches y con la que había vivido los días y noches más maravillosos de su vida.

Ethan era un tipo duro, incapaz de mostrar sentimientos y por eso, sólo se arrepentía de no confesarle nunca a Martha que la quería. Si tal vez lo hubiese hecho, hubiera descubierto que ella también le correspondía. Pero entonces vino la maldita guerra. Y en su ausencia, Martha se casó con el hermano de Ethan con quien tuvo varios hijos. A pesar de todo, tanto Ethan, en el campo de batalla, como Martha, en aquel maldito rancho del Monument Valley, rodeado de montañas desiertas e indios apaches, se seguían recordando el uno al otro, como sólo se recuerdan aquellos amores que te marcan para toda la vida.

Todo esto nunca lo llegamos a ver en Centauros del Desierto, la que para Steven Spielberg es “la mejor película de todos los tiempos”. El film comienza con la llegada de Ethan al rancho donde vive Martha con su familia, tras eternos años de ausencia vagando solo por el Oeste americano. Pero esta historia es la que siempre he imaginado que pasó entre Ethan Edwards (John Wayne) y su cuñada Martha.

Lo que he contado, de manera bastante torpe por cierto, en dos párrafos, John Ford nos hace imaginarlo en tan sólo un minuto al comienzo del film mediante imágenes y apenas diálogo. Qué grande.

Sin embargo, mi escena favorita no se encuentra en estos primeros minutos. Ni siquiera es la famosa escena final tantas veces ensalzada como una de las mejores escenas de la historia del cine. Obviamente, mi escena tiene que ver con la historia de amor prohibido entre Ethan y su cuñada Martha. Y como todo amor prohibido, la escena transcurre en silencio, con la melodía del tema de amor de ambos personajes de fondo, tema que por cierto creo que ya no se repite más que una vez más adelante en el film, dada la naturaleza trágica de lo que acontece más adelante y que no destriparé para quién no haya visto la película.

La verdadera fuerza dramática de la escena la proporciona la presencia de otro personaje, el del reverendo, capitán del destacamento Ranger que se organiza contra los indios, que tras observar el modo en que Martha acaricia la ropa de Ethan antes de entregársela a éste, opta por apurar su taza de café con la mirada perdida al horizonte, dejando a los dos amantes que vivan durante unos segundos más su particular historia. La última mirada de Martha al reverendo, temerosa de que descubra sus verdaderos sentimientos (recordemos que están en la casa del hermano de Ethan), y la pasividad intencionada del mismo consintiendo ese momento (recordemos la naturaleza religiosa de su profesión) dan una belleza a la escena, que me maravilló desde el primer momento en que la vi.

En todas las películas de John Ford que he visto, siempre se esconden escenas como ésta. Escenas que detienen durante breves segundos el discurrir argumental de la película, para pararse a mostrar el sentir de uno o varios personajes, profundizando en sus propias historias personales, haciéndolos más vivos si cabe más allá de la película. Es una pena que la mayoría de las personas que les gusta el cine con las que me he cruzado tengan alergia a las películas del Oeste, y por tanto se pierdan gran parte de la obra de este genio irlandés. Realmente no saben lo que se pierden.

Dicen que es el director clásico por excelencia. Aquel que únicamente dejaba su cámara fija en un sitio y dejaba que pasasen las cosas de forma natural. Su única pretensión era contar historias sin que se notase su mano mediante complicados giros de cámara o colocaciones de la misma en lugares imposibles que hiciesen decir al espectador “¡Qué bueno es este tío dirigiendo películas!”. No. Él no quería ser el mejor director de la historia del cine. Y sin embargo, sin darse cuenta, lo consiguió. Entendió como ningún otro que el cine antes que nada es entretenimiento, y a partir de ahí lo convirtió en Arte. Como respondió Orson Welles, gracias a escenas como ésta, mis tres directores favoritos son John Ford, Joh Ford y John Ford.