lunes, 2 de marzo de 2009

The Searchers

Cuando Ethan marchó a luchar como un soldado más del ejército Confederado abandonó mucho más que su hogar. Abandonó a Martha. Aquella persona por la que suspiraba todas las noches y con la que había vivido los días y noches más maravillosos de su vida.

Ethan era un tipo duro, incapaz de mostrar sentimientos y por eso, sólo se arrepentía de no confesarle nunca a Martha que la quería. Si tal vez lo hubiese hecho, hubiera descubierto que ella también le correspondía. Pero entonces vino la maldita guerra. Y en su ausencia, Martha se casó con el hermano de Ethan con quien tuvo varios hijos. A pesar de todo, tanto Ethan, en el campo de batalla, como Martha, en aquel maldito rancho del Monument Valley, rodeado de montañas desiertas e indios apaches, se seguían recordando el uno al otro, como sólo se recuerdan aquellos amores que te marcan para toda la vida.

Todo esto nunca lo llegamos a ver en Centauros del Desierto, la que para Steven Spielberg es “la mejor película de todos los tiempos”. El film comienza con la llegada de Ethan al rancho donde vive Martha con su familia, tras eternos años de ausencia vagando solo por el Oeste americano. Pero esta historia es la que siempre he imaginado que pasó entre Ethan Edwards (John Wayne) y su cuñada Martha.

Lo que he contado, de manera bastante torpe por cierto, en dos párrafos, John Ford nos hace imaginarlo en tan sólo un minuto al comienzo del film mediante imágenes y apenas diálogo. Qué grande.

Sin embargo, mi escena favorita no se encuentra en estos primeros minutos. Ni siquiera es la famosa escena final tantas veces ensalzada como una de las mejores escenas de la historia del cine. Obviamente, mi escena tiene que ver con la historia de amor prohibido entre Ethan y su cuñada Martha. Y como todo amor prohibido, la escena transcurre en silencio, con la melodía del tema de amor de ambos personajes de fondo, tema que por cierto creo que ya no se repite más que una vez más adelante en el film, dada la naturaleza trágica de lo que acontece más adelante y que no destriparé para quién no haya visto la película.

La verdadera fuerza dramática de la escena la proporciona la presencia de otro personaje, el del reverendo, capitán del destacamento Ranger que se organiza contra los indios, que tras observar el modo en que Martha acaricia la ropa de Ethan antes de entregársela a éste, opta por apurar su taza de café con la mirada perdida al horizonte, dejando a los dos amantes que vivan durante unos segundos más su particular historia. La última mirada de Martha al reverendo, temerosa de que descubra sus verdaderos sentimientos (recordemos que están en la casa del hermano de Ethan), y la pasividad intencionada del mismo consintiendo ese momento (recordemos la naturaleza religiosa de su profesión) dan una belleza a la escena, que me maravilló desde el primer momento en que la vi.

En todas las películas de John Ford que he visto, siempre se esconden escenas como ésta. Escenas que detienen durante breves segundos el discurrir argumental de la película, para pararse a mostrar el sentir de uno o varios personajes, profundizando en sus propias historias personales, haciéndolos más vivos si cabe más allá de la película. Es una pena que la mayoría de las personas que les gusta el cine con las que me he cruzado tengan alergia a las películas del Oeste, y por tanto se pierdan gran parte de la obra de este genio irlandés. Realmente no saben lo que se pierden.

Dicen que es el director clásico por excelencia. Aquel que únicamente dejaba su cámara fija en un sitio y dejaba que pasasen las cosas de forma natural. Su única pretensión era contar historias sin que se notase su mano mediante complicados giros de cámara o colocaciones de la misma en lugares imposibles que hiciesen decir al espectador “¡Qué bueno es este tío dirigiendo películas!”. No. Él no quería ser el mejor director de la historia del cine. Y sin embargo, sin darse cuenta, lo consiguió. Entendió como ningún otro que el cine antes que nada es entretenimiento, y a partir de ahí lo convirtió en Arte. Como respondió Orson Welles, gracias a escenas como ésta, mis tres directores favoritos son John Ford, Joh Ford y John Ford.

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